Este lunes, no sé si por qué era lunes o porque el termómetro estaba por los suelos, escribí un pequeño post en Linkedin un poco cabreado con el tema Glovo. Varios contactos (3 en concreto, que no voy de influencer por la vida) me respondieron por privado. Me parece curioso que el personal no comente estos asuntos en público. Pero más curioso todavía fue un señor que, sin ser contacto ni nada, me escribió para llamarme «dinosaurio» por no entender cómo funcionan los «unicornios» y «comunista subvencionado» por defender a las empresas que tienen dados de alta a sus trabajadores y además pagan impuestos (aunque estos me parezcan excesivos).
En fin, que no sé si el tema le interesa a alguien, pero en parte por desahogarme y en parte porque es un tema que considero importante, he decidido escribir este artículo para poner las cartas sobre la mesa.
Como emprendedor que soy, y como persona que trabaja con muchos empresarios, me parece bien toda iniciativa empresarial, faltaría más. Aun así, no, que no entiendo la pasión que generan los «unicornios» en el panorama. Resulta que hay que admirar a empresas que no generan empleo (en plantilla), no son capaces de ganar dinero (beneficios) y, además, en cuanto tienen un revés (como nos pasa a todos), la culpa es del estado opresor que limita el mercado (ojo, que el afán recaudatorio también da para un artículo de los largos). Pero lo que me preocupa especialmente es que perjudican de forma muy grave a los ecosistemas empresariales y a los entornos sociales en los que aparecen. Véanse los efectos de los Glovo, Uber, AirBNB y demás sobre el impacto social y el mínimo beneficio que aportan.
Un ejemplo: hace unos años, hablando con un cliente norteamericano de la nada comunista zona de Queens (Nueva York), me contó que había manifestaciones para evitar la apertura de un almacén de Amazon en la zona. Los motivos: alrededor de cada centro logístico de la gran empresa está comprobado que los sueldos bajan, la vivienda sube y la criminalidad aumenta.
Como no soy economista, no entiendo que el objetivo de muchos de estos empresarios sea, en esencia, conseguir inyecciones de capital a base de rondas de inversión hasta que llegue la gran oportunidad de vender todo el paquete a Google. Vamos, la mentalidad del pelotazo de toda la vida, pero con vocabulario «cool».
¿Que sus promotores ganan dinero? Pues muy bien, eso no lo voy a criticar. ¿Pero cómo se pueden comparar esta mierda de empresas con compañías que llevan décadas dando empleo, invirtiendo y luchando para conseguir sus objetivos? ¿O con emprendedores de los de verdad, que están construyendo auténticos gigantes? Demonios, que hay emprendedores como Jose Elías Navarro montando de la nada empresas cotizadas y dedicando su tiempo a ayudar a otros a emprender, o empresas como PLD Space que están fabricando cohetes espaciales en España. Estos son solamente un par de ejemplos, pero hay muchos más, que no hacen tanto ruido en las redes sociales por no ser «unicornios». Esa gente es la que genera puestos de trabajo estables, bien remunerados y que, además de conseguir beneficios, generan un impacto muy positivo en la sociedad.
Miren, yo, por mi parte, seguiré apostando por ayudar a MANUFACTURAS PEPE a crecer internacionalmente, aunque me tenga que pelear con Pepe para que adapte su imagen corporativa. Seguiré luchando para ayudar a que INYECTADOS MANOLO suba la persiana cada día, aunque Manolo no quiera ir a esa feria tan importante en Alemania. Seguiré insistiéndole al señor Martínez de TEXTILES MARTÍNEZ que tenemos que coger un avión y visitar esos mercados que suponen una oportunidad para su negocio.
En un congreso me llamaron una vez «romántico», por seguir creyendo en la industria que tenemos, especialmente en la que está lejos de las grandes capitales. Seré un romántico y, tras dar 44 vueltas al sol, seguramente también seré un dinosaurio. Aun así, seguiré luchando hasta que me caiga encima el meteorito.
Imagen: Freepik